domingo, 10 de marzo de 2013

EL CRUCE COLUMBIA 2013: TODOS los relatos y videos en un solo post



Para que revivas El Cruce, o para que lo conozcas, te dejo aquí los enlaces directos a los relatos y videos que hasta ahora he publicado en este blog.

Todo El Cruce, todo aquí.


El Cruce Columbia 2013 / DÍA 1: La Iniciación 


 Relato ESCRITO: "El Día cero / La Iniciación" CLICK ACÁ


 Video 1 (de 4): "El Día Cero"

 



Video 2 (de 4): "La iniciación"

 

El Cruce Columbia 2013 / DÍA 2: Los monstruos de la montaña"


Relato ESCRITO: "Los monstruos de la montaña" CLICK ACÁ


Video 3 (de 4): "Los monstruos de la montaña"

 

El Cruce Columbia 2013 / DÍA 3: "La determinación"

Relato ESCRITO: "La determinación" CLICK ACÁ


Video 4 (de 4): "La determinación"

 


GRACIAS POR VENIR.

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sábado, 9 de marzo de 2013

El Cruce Columbia 2013 / DÍA 3 (FINAL) : "La determinación"



Determinación.
 (Del lat. determinatĭo, -ōnis).
  1. f. Acción y efecto de determinar. Decidir.


"La determinación"


Me sentía cansado... era un momento en el que el cuerpo parecía no responderme.
Era lo más duro que había corrido en mi vida. Definitivamente.
Mis pensamientos empezaron a volar...

Y lo curioso era que no pensaba en la agitación, por ejemplo... pensaba; "Hoy no vino Pingüino... por qué no habrá venido?". Tal vez era una mantra para distraerme de tantas sensaciones extremas para mi cuerpo.

Pensaba también que si él no había venido, no sabía quién era el segundo corredor más rápido que él. 
Nunca había estado ausente. Y era rápido, más rápido que cualquiera.

- Por qué le dirán "Pingüino"?. No es barrigón... no es petiso, no camina chueco... no es "tan" bobo...
"Pingüino" tiene un cuerpo flaco, desgarabado, en apariencia no sería apto para ningún deporte, pienso...
Sin sospechar que un buen fondista no necesita un cuerpo enorme, si no todo lo contrario; ser liviano y si se es pequeño, mejor.
Cuando se deja el pelo largo, los rulos empiezan a darle un aparente gran volumen a su cabeza, principalmente a los costados... por eso además le decimos "Krusty" .

Eso pensaba mientras tanto.
Y como nunca se me hubiese ocurrido, esa tarde de mi últmo año en la escuela secundaria, hace ya muchos años, tomé la punta de la "carrera". Estábamos haciendo el test de Cuper, y el corazón se me salía por la boca.

Hasta ese día, era lo más duro que había corrido en mi vida. Definitivamente. Tenía 17 años.

Yo también era muy flaco y desgarabado. Nunca hice otra actividad más que jugar un poco al fútbol con mis amigos del barrio. Ningún entrenador de nada me hubiese reclutado para sus equipos, y tampoco me importaba. Lo mío era "ser periodista y trabajar en la radio".

Pero yo tenía algunos diferenciales; justamente, era uno de los más flacos y livianos, siempre había caminado mucho, y por sobre todas las cosas... era uno de los pocos que no fumaba en ese quinto año de la escuela secundaria.

"Cinco vueltas al colegio", había anunciado el profesor. En orden de llegada nos iba a cronometrar y a poner la nota correspondiente.

Así descubrí que al menos en ese momento, yo era el más rápido después de "Pingüino".
Es el único recuerdo de haber ganado una carrera en mi vida. Atrás llegaban en este orden, los demás; los que hacían deportes de manera permanente, los flacos, los fumadores, los que estaban pasados de peso... Pero yo gané. No había medallas, ni podios, ni fotos. Había un 10. El único también que tuve en mi vida en Educación Física. Lo otro mejor, fué un 9 en abdominales, que sin saberlo, era tan importante para correr.


Con aquella escena soñé en mi ultima noche en El Cruce. Fue real, pasó de verdad alguna vez. Era un sueño y un recuerdo a la vez.
Me desperté y mi compañero de carpa ya se había ido a desayunar. Era el tercer día, el que no iba a hacer.

Habré dormido poco más de cinco horas. Una de las primeras sensaciones que tuve, fué de hambre. Mucho hambre.
Después de los episodios de vómito de la noche anterior, no había cenado, y apenas había tomado unos sorbos de agua tras haber corrido 40 kilómetros en la montaña.

Abrí los ojos y empecé a mirar en el reducido espacio, debía organizarme para armar mi bolso e irme a San Martín de Los Andes. No quería pensar más... me hacía mal saber que  volvía a casa sin haber cumplido mi objetivo.
Me dispuse a levantarme... cuando apoyo los pies, detecto un nuevo dolor que se sumaba a todos los otros. Era al costado, cerca de los talones.

Habían crecido mucho las ampollas del día anterior. Estaban con líquido y pisar me hacía doler. Elegí pisar chueco, rengueando... Buen día, maldito día final.

 
Souvenir de mi suero de montaña

La luz del día

Cuando salí de la carpa ya estaban listos muchos de los corredores que saldrían en la primer tanda en los buses, hacia el punto de largada.
Ya no estaba desanimado; esta resignado.
Me abrigué con un buzo marrón, jogging largo, y ojotas, para poder caminar sin rozar las ampollas.

Me fuí hasta la carpa del desayuno. "Vamos a provocar a este estómago", me dije. Pero suave. Pedí mate cocido y una tostada sin nada.
Al menos no lo devolví y eso me relajó un poco. Me sentí aliviado y con un poco menos de hambre.

Estaba apenas un poco mejor que hace 6 horas, cuando me acosté en calidad de peso muerto, pero me dolía todo. Iba a necesitar muchos dias para recuperarme de semejante paliza de 70 kilómetros de montaña.
Así, cojeando, llegué a la carpa donde se cargaban  las baterias de los Garmin y de las cámaras de fotos.
Ya tenía que armar el bolso antes de que se me hiciera tarde. Una vez que tuve todo, grabé mi despedida en video, ciertamente triste. Mi cara reflejaba la decepción.

Al lado de la carpa de carga de baterias estaba la carpa médica. Se me ocurrió que sería una buena idea curarme las ampollas. Ya casi no quedaba gente en el campamento y no había que esperar.

Ahí estaba Roque, el médico, atendiendo a los últimos corredores. En la corta espera, empecé a mirar a mi alrededor... veía a soldados que habían vuelto de una guerra. Los veía cojear, veía sus gestos de dolor, los veía caminar lento. Estaban casi tan explotados como yo. Me dí cuenta de que eran varios. Eran los últimos que iban a partir hacia la salida.
Escuchaba sus conversaciones... "Como sea voy a llegar", "Voy a caminar lo que queda", "Vine para irme con mi medalla" .
Los miraba con admiración por tanto coraje. Yo sólo quería curarme las ampollas para poder caminar como una persona normal.

Llegó mi turno. Me senté en un banquito y mostré mis pies. Roque abrió un sobre que tenía una jeringa estéril. Pinchó la primer ampolla y con el dedo pulgar la presionó para drenar el líquido.

- Aaaah, boludo, noooo!

El insulto fué un reflejo, fué instinto, una reacción al dolor repentino, como quien se golpea el dedo meñique del pie con la pata de una silla.

Duró 3 segundos, pero pareció una eternidad y valió la pena. Cuando me repuse, le pedí disculpas al Doc...
"Perdóname, sentí mucho dolor"... simplemente sonrió sin mirarme y siguió con el otro pie.
El dolor fue similar, pero evité putearlo apretando mis dientes.

Me puso vendas en los dos pies y me indicó que me pusiera medias. Eso hice ahí mismo; mis soquetes para correr... me mira, me pregunta con cara de no comprender...

- Por qué usás esa medias?

- Son para correr... pero en calle, nunca corrí en la montaña... no sabía...

- Tomá estas, son mias... 


Sacó de una bolso un par de medias de caña bien alta, para correr en montaña, obviamente, y me las regaló.


- Pero no voy a correr, me voy a San Martín...

- Ponetelas igual...    


Salí caminando, bastante más cómodo por las vendas. Me fuí hacia mi carpa, pero antes de llegar, me senté en un lugar en soledad, donde nadie me veía, a pensar.



Epifanía.

Como si fuese un álbum de fotos en mi mente, empecé a repasar los momentos vividos, no sólo en las últimas horas, si no también en las últimas semanas.

Empecé a recordar cada kilómetro de entrenamiento, cada mañana, cada tarde, cada noche...
Me había sacrificado mucho. Había hecho un esfuerzo increíble algunas veces. Había vuelto a casa muy tarde a la noche, o había salido a correr con oscuridad antes de amanecer. Había resignado muchas cosas, había sido mi pequeña epopeya.

Pensaba en que volvería a casa destruido fisicamente y sin mi medalla. Porque, por más que me la dieran de todas maneras, el honor de un maratonista no me permitiría usarla ni mostrarla sin haber completado la distancia. Un corredor que corre con el corazón no miente, ni se miente. 
No corta camino, no roba metros, no inventa, no usa una medalla que no ganó de verdad. 
Las medallas no se pagan, se ganan corriendo.
Es honor. Eso es ser maratonista.

Las lágrimas me llenaron los ojos. No quería que me vieran, por más que cualquiera en ese lugar me hubiese entendido.
Y los volví a mirar a la distancia; estaban ahí, como yo, con sus cuerpos a la miseria, pero con sus corazones intactos, con una sonrisa cansada pero profunda. Con sus miradas encendidas, con su honor herido, con su tenacidad inelterada.
Caminaban como en una procesión de héroes. Estaban como yo, pero de pie y en camino a cunplir con su autopromesa.

Mi honor estaba sentado en un rincón junto a mí.  

De repente, como un impulso, un fuego se encendió en mi pecho. 

Veía más fotos en mi cabeza, corriendo mi primera maratón en Buenos Aires, atravesando Nueva York lleno de sonrisas, cruzando la meta en Rosario, eufórico con mi primer 10K, entrenando con mi equipo, tatuándome la pierna con el 42K como si fuera una unión para siempre con la madre de todas las distancias....

El fuego se hizo enorme, miré mis pies vendados, miré a la montaña, miré al cielo, sentí que mi orgullo me empujaba, que el corazón literalmente empezaba a golpear más intensamente dentro de mi pecho, que el desafío me provocaba una vez más, tal vez como pocas veces en la vida...

Tragué saliva... me sequé las lágrimas... respiré hondo... me puse de pie.

Y me dije... "VOY A TERMINAR ESTA CARRERA".


Campamento casi vacío; decidí terminar


Determinación.
 (Del lat. determinatĭo, -ōnis).
 2. f. Osadía, valor.



"Esto es una locura", pensé. Son 28 kilómetros, pero decidí aunque sea caminar. 

Yo también había ido a buscar mi medalla en la meta, yo también quería ganar mi propia carrera, como aquella tarde de Noviembre en el secundario, en la que con el corazón en la boca, llegué primero que nadie.

Faltaba poco para la salida del último bus que llevaría a los corredores a la meta.
Hice todo rápido. Me vestí con ropa de carrera, busqué alimentos en la carpa. Armé la mochila. Me encinté los dedos, me puse vaselina, preparé la cámara.

Cargué la mochila con agua y dos botellas con isotónica. Las zapatillas de trail estaban llenas de barro porque la noche anterior ni siquiera tuve ánimo para lavarlas, de todos modos no se hubieran secado.
Ya no me importaba más nada que llegar a la meta, mi corazón estaba prendido fuego. Me puse mis zapatillas de calle, decidí terminar con ellas.

Tomé el último bus.

A la largada llegamos juntos, mi honor y yo. 

 
Correr o morir

No se trataba de morir literalmente, claro... pero la elección era correr o morir, "morir" en el intento.
Y decirle a un corredor que se rinda, es una de las más deliciosas provocaciones que se le pueda hacer. Una de las más imprudentes también.

Largué. Y a caminar. 28 kilómetros, "nada más". Buen día, bendito tercer día.

Kilómetro 4. El cielo estaba totalmente cubierto, humedad, lluvia otra vez.
Apenas había guardado en mi mochila una campera negra de running, liviana, de buena calidad. La noche anterior no había ido a la charla técnica, porque estaba durmiendo en la camilla con suero. Pero había oído por ahí que iba a hacer mucho frio.

Kilómetro 8. Subidas y bajadas dentro de un bosque. Cada tanto la lluvia aflojaba, el bosque nos daba un refugio temporal.
Salimos de él, eramos pocos en mi línea, había salido tarde. Caminamos después por una zona plana, arenosa.
Me puse la campera negra, pero como llovía de manera tan persistente y no quería que se me mojara la mochila con todo el contenido adentro, me la puse sobre ella. Eso hacía que no pudiera usar el cierre, así que mi pecho quedaba al descubierto.


El bosque profundo de los primeros kilómetros


Kilómetro 13. Habíamos llegado al punto más alto del tercer día. El más alto y más cruel de toda la carrera para mí. Era una planicie desértica, sin árboles, sin refugios, sin descansos, y lo peor de todo, con viento en contra y una lluvia muy fría e intensa que se avalanzaba sobre nosotros, como si un perverso Gran Hermano hubiera decidido jugarnos la última broma pesada de la carrera.

Mis piernas respondían mejor de lo que hubiese pensado la noche anterior. Me limitaba a caminar, pero no me creía capaz de tal "hazaña" hacía pocas horas.
La venda que me hizo el Doc era definitivamente un milagro de tela, y agradecí la providencia de haber aceptado sus medias, que me puse sobre las mias, para aminorar aún más el contacto de la zapatilla con las ampollas. La articulación de la pierna seguía siendo mala, pero con el cuerpo caliente y con la desesperación por escaparle a la lluvia, la cosa marchaba.
Nunca sentí tanto frío en medio de una lluvia, nunca deseé tanto encontrar refugio. Pero nada.
Ese tramo era un desierto que te devoraba la moral. Que te tiraba de las piernas queriéndose apoderar de tu voluntad, tirandote al pantano del abandono.

Eso duró más de una hora. Pensaba que corriendo, hubiese sido mejor. Pero prefería cambiar a pensamiento positivo; "Ya hice mucho, ya será mejor."
Pensaba en que al otro día, no sé en que lugar, estaría desayunando el mejor café con leche caliente de mi vida. Pensaba hasta en qué facturas con dulce de leche iban a acompañarme. Pensaba en un lugar caliente, con ropa seca.

Simplemente pensaba que si terminaba esta jornada, ese sería mi premio. Nada más motivador que cosas simples cuando una situación extrema quiere doblegarte.
Pensaba en eso y casi desesperadamente miraba hacia adelante cada tanto, para ver si veía algún manchón verde, algún bosque donde el camino nos refugiara de la lluvia.


Escapando de la lluvia. Sonrisa sólo para la foto


Kilómetro 17. Empezamos a bajar por una zona rocosa. Infinito dolor en cuadriceps. Por fín el cielo escuchó nuestras plegarias y llegamos a un bosque.
De allí en más, casi todo el resto del recorrido sería en soledad. Nos empezamos a separar cada vez más.
La lluvia seguía, pero los árboles nos servían de techo. Trataba de no mirar el reloj para no saber la distancia que restaba hacer. Sólo pensaba que cada paso que daba, era uno menos que faltaba para la llegada.

En el kilómetro 20, aproximadamente, entramos a un Parque Nacional, ni me pregunten el nombre. Saqué un paquete de galletitas que llevaba en la mochila. Había consumido "lo de siempre", excepto geles, por las dudas... en realidad tomé sólo uno.
El sabor de las galletitas ya me asqueaba, pero me obligaba a comer. Llevaba más de 5 horas en camino, y había estimado que iba a demorar más de 6. Tomaba abundante agua, por suerte nunca asomó el sol ni el calor.
Toda mi ropa estaba mojada. También mi pantaloncito de running para calle. Deseé tener puesta una calza larga o lo que fuera que me abrigara más en la lluvia. Ni hablar de los guantes que me habían prestado y que tampoco llevé conmigo esa mañana. De todo se aprende.

Empezaron a aparecer detalles de "urbanidad" en el parque. Carteles indicativos. Como un espectro vi una silueta allá atrás, lejos... con los metros y en el silencio de la inmensidad, oía el movimiento de ramas, pasos sobre la hierba que se aproximaban. 
Era una chica, que en cuestión de minutos me alcanzaría. Sólo vi una silueta oscura una sola vez. Después sólo escuchaba el sonido, pero extrañamente no la veía. En ese momento, si veía una guadaña, hubiese corrido más rápido.

El Parque
En un momento se acabó el sendero y se conviertió en camino. Camino para autos.
Empiezo a ver que adelante van dos corredores más. Los voy alcanzando. Un puesto con agua, con dos personas que nos dicen que faltaba un kilómetro para salir a una ruta que nos llevaría hasta el paso fronterizo con Argentina. Era mi primer diálogo con otras personas en muchos kilómetros.

Sentía un gran alivio y no paraba de pensar en el milagro que es el cuerpo humano. Juro y contaré mil veces que la noche anterior estaba tirado, en posición fetal sobre una camilla, deshidratado, destruído, resignado.

Llegué a la recta de ese camino, aún rodeado de bosque y montañas, hablando sólo, como loco, claro.
Ya no tenía ningún apuro. Noté que al final de la recta que transitaba, se veía el cruce de la ruta, y los autos pasando por ella.
En ese cruce, otro puesto, pero sólo para indicarnos que debíamos doblar hacia la derecha.

- En un kilómetro está la frontera

Nos avisan que debemos ir por el costado de la ruta, que en esa altura, era transitada por vehículos que iban de un país a otro. El camino era afortunadamente llano.

Empiezo a apurar el paso. Como un chiste cruel, mi cuerpo se anima ahora a "trotar" suavemente. No lo puedo creer. A lo lejos veo a dos muchachos más, caminando lentamente y con los bastones, a pesar del llano. Uno de ellos se presenta como "Pedrito Grillo", con notorio acento litoraleño. Me dice que me vió en algunos de los videos que subí a internet, y que es el único correntino en El Cruce. El otro es Alejandro, con indisimulable acento cordobés.

Vamos juntos hasta la frontera, entre chistes y riendonos de nuestras rengueras.
Cuando vamos llegando al puesto, me lleno de emoción, de euforia, de felicidad... los autos que pasan nos tocan bocina, nos alientan.
Nos piden el papel de salida del país, en una mesa especialmente dispuesta para que los corredores hiciéramos el trámite.
Nos dicen en esa pequeña carpa que faltan "dos kilómetros ochocientos" para la meta.

Cuando arranco ese último tramo, simplemente grito, grito muy fuerte, es como si de repente me hubiesen inyectado una jeringa con euforia.

- "Vamos mierdaaaaa!"


Epílogo apasionado


"A cuánto desafío se atreve un alma que corre?

Se puede medir?, se puede pesar?, se puede mensurar un desafio acaso?

Qué busca esta gente que corre?.... busca probarse?, demostrarle algo a los demás?, volar hacia otro planos?, reir?, llorar?. Busca a Dios?, se busca a sí misma?..."


El cuerpo es un milagro que para nosotros, los que creemos en Dios, es inexplicable. Sólo comprendido por Él. Sólo posible de ser creado por Él.

Si no, que me expliquen cómo es que pude empezar a correr, sí; a correr en esos dos últimos kilómetros después de casi 100.

No lo podía creer. Miré mi Garmin y estaba yendo a 5 minutos por kilómetro, cuando a la mañana apenas podía caminar. Era la euforia, la ansiedad, la felicidad.

Y como no podía ser de otra manera en mí, empecé a hablar en voz alta y a llorar.

Lloraba como un chico, lloraba de emoción. Y al mismo tiempo reía a carcajadas como un enajenado. Así como a veces llueve con sol, mis ojos llovían con una risa visceral al mismo tiempo.

Cuando ví que el arco estaba cerca, lloraba y reía más fuerte aún.
No podía creerlo.

En esos momentos sólo pienso en la fuerza del amor, en lo fuerte que es la voluntad, en el poder de la mente, en el milagro de la vida... en eso que llaman "DETERMINACIÓN".

Otra vez quería que ese momento se congelara para siempre... últimos metros, el cielo gris tenía para mí un rayo de sol imaginario para mi llegada.
La lluvia era una bendición, como si Dios también sonriera llorando, viendo a tan pequeño ser lograr semejante cometido.

Abrí mis brazos, los extendí mirando al cielo. El milagro había ocurrido. 

Había cruzado la meta.

Ya no hay dolor, ya no hay miedo, ya no hay lágrimas de tristeza.

Sólo estamos en la línea de llegada, mis piernas molidas, mi corazón apasionado, mis lágrimas dulces, mi honor intacto y mi medalla puesta... todo en el mismo cuerpo.

Determinación. Como en la vida, en las carreras. Como en las carreras, en la vida.


No me arrepiento de este amor
  
GRACIAS DIOS POR DARME LA VIDA.   


GRACIAS POR VENIR (a esta locura).

Twitter: @luchorunner

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